08. Náyade

Detrás del folclore, siempre hay alguien que hace la tarea. Seguro que al Cigala le encienden las luces, le ponen el vasito de agua (que antes era ron con cola) y le llevan las cuentas. Casi nadie sabe como se llama quien hace todas esas cosas, pero yo creo que el Cigala no tocaría ni una miaja bien si no tuviera resuelta la intendencia. La intendencia del incendio la puso Náyade, la novia de Roberto, y además lo hizo –desde sus muy ofensivos 25 años- sin que nadie se tomara …

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07. Los amigos

Los amigos están para los momentos malos, dicen. Pero yo creo que no debe ser así siempre. Alberoni tiene un libro espléndido sobre la amistad, en el que explica los lazos etéreos pero poderosos que la sostienen durante décadas. Pero la amistad como  recurso para cuando las cosas se ponen chungas no suele durar mucho, por eso procuro no joder demasiado con mis gaitas a los pocos amigos que me quedan.          No llame a ninguno cuando la casa empezó a arder, y he sido un poco renuente –mas bien …

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06. De madera

Recibo un hermoso correo de Calero, con el regalo de una entera biblioteca para sustituir la mía. La virtual librería que me manda Calero es de madera. Y los libros que contiene, también. Uno podría pensar que es la biblioteca de un carpintero, pero los carpinteros de hoy no tienen el alma de Gepeto, y su sueño no es dar vida a una marioneta, sino hacer horas extras montando cocinas de diseño. La biblioteca de madera de Calero es una obra de Manolo Valdés, que está expuesta en el Reina …

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05. Por la ventana

Es una ventana enorme, una isla abierta al jardín y rodeada hasta el ‘día del quemo’ por un mar proceloso de libros que hacen olas por todas partes. Es la ventana que iluminaba las lecturas de Carlota y Camila, la ventana que refrescaba el aire denso y pesado de los lunes a los viernes y lo abría a la vida los fines de semana. Cuando ellas entraban en la habitación, corrían las cortinas de esa ventana y los viejos libros de su abuelo Ernesto se llenaban de la luz verde …

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04. Un quemo terrible

Cuando yo era un crío se empezaba antes: recuerdo que vivía como un niño salvaje en Villa Cisneros,  hasta que mi padre –un día que volvió de Las Palmas- me trajo una edición ilustrada de Miguel Strogoff. Nada más abrirlo, me impresionaron sus ojos reflejados en la espada al rojo de su verdugo. Yo tenía entonces sólo cuatro años, pero mi padre consiguió hacerme leer de cabo a rabo las andanzas del correo del zar antes de soplar las velas de los cinco. Durante mucho tiempo presumió de esa hazaña. …

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03. Los que a uno le tocan

Me produce cierto pudor decir que la última vez que los conté había amontonado más de 27.000: una biblioteca tan excesiva como ecléctica, a la que fueron a parar una parte muy importante de los libros afanados durante años de la de mi padre; más los de la gran biblioteca de Ernesto Salcedo, abuelo de mis hijas; los que se salvaron del cierre de mi primera empresa, una librería de viejo que monté con veinte años y que llevé a la ruina porque me negaba a vender la mayoría de …

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02. Un Delibes leído

El fuego se despertó otra vez de noche, pero yo no lo ví. Andaba durmiendo algo lejos. Un vecino llamó a las siete y poco a mi mujer y le dijo que los bomberos habían ido tres veces esa noche y que aún estaban danzando por allí. Volví corriendo a lo que fue mi casa, y los encontré apagando a manguerazos los últimos rescoldos. Dicen que el fuego es una catástrofe menor que llega un poco antes de la catástrofe real, que son los bomberos. Puede ser. Pero los bomberos …

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1. Farenheit 451 *

Siempre he creído que un periodista nunca debe ser noticia. Ayer más aún, me habría gustado cumplir a rajatabla con esa regla del oficio. Pero ya se sabe que a veces las cosas no salen como a uno le conviene: alrededor de la tres de la tarde, y sin que se sepa por qué, mi casa prendió en llamas y estuvo ardiendo por los cuatro costados hasta más o menos las seis y media. A toro pasado, reconozco que había suficiente combustible: en los últimos 35 años me he dedicado …

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Algo sobre un incendio

El miércoles 26 de noviembre, un incendio acabó con todos mis libros. Pudo haber sido una tragedia, pero no lo fue. La historia se saldó con dos visitas al hospital, una mía por un esguince de tobillo y otra de Gilson por haber tragado demasiado humo cuando intentaba quitarle el seguro a un extintor que no se dejó.  La tele de Willy dio la noticia inmediatamente y nos vimos en pantalla: Piyi en estilo Pocahontas, enfundada en una manta que le prestó una vecina, y yo con pelos de loco …

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