Vietnam llegó tarde a Hollywood. La televisión había machacado el conflicto desde todos los ángulos posibles y además a las ‘majors’ no les gusta vender derrotas. Aún así, la filmografía de la guerra de Indochina, vista desde la costa californiana, tiene varias fases bien diferenciadas.
a primera es la guerra de los franceses, que termina en Dien Bien Phu. Creo que hubo un par de pésimas películas. La segunda, sobre el conflicto mismo, nos dio un espanto protagonizado nada menos que por John Wayne en plan boina verde. Después se animo la cosa, con un montón de buenas y bienintencionadas películas. ‘El regreso’, de Al Hasby, con Jane Fonda sufriendo mucho, ‘El cazador’ de Michael Cimino o la genial ‘Apocalypse Now’, de Francis Coppola, hicieron pensar que Hollywood había decidido ajustar cuentas con el conflicto regalando a los espectadores una riada de buen cine. Pero siempre pasa lo que pasa: la reacción no tardó en llegar y se manifestó de varias formas. Por un lado la académica y maniqueista interpretación del conflicto por Stanley Kubric en ‘La chaqueta metálica’, o la muy ampulosa revisión autobiográfica de Oliver Stone en su insoportable trilogía vietnamita: ‘Platoon’, ‘Nacido el 4 de Julio’ y ‘Cielo y tierra’, tres películas tramposas y efectistas. Pero sobre todo, Hollywood descubrió las enormes posibilidades comerciales de una visión conservadora del asunto, de un cine de acción y entretenimiento que volviera a la vieja idea de los buenos y los malos. Así comenzó la inacabada saga de Rambo y sus múltiples imitaciones. Para entendernos: Rambo es al cine bienpensante sobre Vietnam más o menos lo que Domingo González Arroyo es a la política regional. Osea, algo soez y degradante, pero en absoluto inexplicable.
Como un Rambo de andar por el Malpaís, Domingo González ha logrado hacerse un hueco en la política de esta región a golpe de trabucazos cada vez más brutales y desproporcionados. Y es que las declaraciones del Marqués son siempre noticia. Siempre.
Porque hay noticias que saltan desde el teletipo hasta el cuello y le aferran a uno y le sacuden la pereza. Casi siempre son noticias de hondo dramatismo, noticias sobre desgracias lejanas y desproporcionadas que consiguen vencer nuestra indiferencia de lectores narcotizados por el diario pasmo, y provocarnos un escalofrío de angustia o tristeza. Algunas veces, se trata de acontecimientos curiosos o imposibles, como aquella falsa autopsia de los extraterrestres de goma de Roswell, o los repetidos despachos sobre el niño-lobo transilvano o sobre la anciana monjita que aporrea al presidente de una mesa electoral porque no le dejan votar a Franco. Y otras veces las noticias nos sorprenden no tanto porque lo que dicen sea extremadamente excepcional, sino por la olorosa mixtura entre lo curioso y nuestra proximidad al paisaje y paisanaje. Con Domingo González Arroyo, marqués vitalicio del municipio majorero de La Oliva, señor de las Dunas, gasolinero municipal, regidor democrático y perenne, diputado regional y senador del Reino, nos ocurre que no es que lo que diga sea digno del Guinnes, pero conociéndole como le conocemos, y sabiendo como sabemos de que pata cojea, pues aquí abajo hasta nos lo tomamos a guasa. Como las películas de Rambo. Pero no es cosa de guasa. Con sus declaraciones xenofobas sobre la arribada de pateras a Fuerteventura, el Marqués ha demostrado definitivamente cuál es la pasta de la que esta hecho. Rematar la faena alegando que le gustaba cantar ‘Angelitos negros’ con Antonio Machín es sólo burla añadida al desprecio. En otras latitudes ya habría alguna asociación denunciando a este mastuerzo aristocrático en los Juzgados, por incitación al racismo. Con un poco de suerte hasta podrían obligar al Marqués a recorrer el camino ya transitado por el muy honorable Honorio y por Dimas. A fin de cuentas, todos ellos -honorable, Dimas y Marqués- arrancan de la misma tradición de arribismo y codicia que convirtió el mapa político de las islas en un agusanado queso gruyere tras la desintegración de UCD. Hoy cuesta trabajo recordarlo, pero hasta cincuenta agrupaciones municipales diferentes se repartieron el legado centrista en los pueblos tras las elecciones de 1983.
Honorio García en su feudo conejero de Yaiza, Dimas Martín en el territorio sin ley de Teguise y el Marqués en el muy principal marquesado de las Dunas, los tres acabaron convirtiéndose en los más claros exponentes de ese nuevo caudillismo municipal surgido de la fragmentación taifal del reino ucedeo en los ‘sures’ isleños. Hubo más, por supuesto (basta recordar a Domingo Calzadilla y otros cuantos de por aquí), pero sólo ellos tres supieron hacer clientela y mantener su prosperidad frente a todo pronóstico. Hijos de isla menor, tuvieron la habilidad de descubrir un Parlamento de Canarias, en el que la costumbre de gobiernos minoritarios permitía a cualquier diputado alcalde y medrador hacer su agosto. El Marqués logró su acta de diputado regional por el CDS en el 83 y curiosamente -como también hicieran el honorable Honorio y Dimas-, inició su andadura como libero buscando protección a la sombra de proyectos políticos alejados de Gran Canaria. La cercanía de otros ‘capos’ provinciales, con intereses o relaciones en ‘su’ territorio, le resultaba incómoda, y por eso se apoyó el Marqués en Fernando Fernández, despreciando cualquier relación con la entonces floreciente estructura del CDS de Olarte, de quien siempre se mantuvo críticamente alejado.
De los tres que lograron hacer historia, el Marqués ha sido siempre -y con mucho- el más listo. Verdadero ‘señor’ en su pueblo, ‘patrón’ providencial y subvencionador generoso, ha conseguido revalidar sin dificultad alguna el apoyo masivo de unos agradecidos conciudadanos, a los que ha mimado hasta la indecencia con cargo a un hinchado presupuesto municipal de turismo de vacas gordas y muy remunerados disparates clasificatorios. Mientras el Marqués hibernaba en La Oliva ensayando sus celebradas declaraciones machistas y sus cacareados derechos de pernada, hoy a la sombra de unos y mañana a la de otros y llegando pasito a paso hasta el mismo Senado del Reino, sus ‘alter ego’ fueron cayendo. El Marqués explica sin rubor alguno las abultadas mayorías absolutas que logra en La Oliva: «¿Qué culpa tengo yo si a mí me quiere mi pueblo?». Hasta en eso ha llegado mucho más lejos que Rambo. Recuerden que el muy bestia de Stallone acababa ‘Acorralado’ escupiendo de media boca para fuera aquella frase lacrimógena: «Yo sólo quiero que mi país me quiera». Pues al Marqués ni eso le hace ya falta.
El senador majorero ‘Rambo’ González Arroyo, terror de ‘pateristas’ y defensor de la cristriandad frente a la momería. Eso sí, le gusta mucho Machín.