Lecciones de Cónclave

El conclave de Viterbo

Esto de las elecciones difíciles por división con empate no es precisamente nuevo en la Historia, es tan viejo como son los conflictos de poder. Casi tres años tardaron los cardenales de Roma en nombrar en la ciudad de Viterbo al sustituto del Papa Clemente IV. Se reunieron en el Palacio episcopal, hoy conocido por los viterbeños como como Palacio del Cónclave, pero los príncipes de la Iglesia estaban tan divididos que tardaron más de 900 días en llegar a un acuerdo. En España tenemos a creer que somos especialmente dados a la polarización y el enfrentamiento, pero no somos en absoluto los únicos. Los italianos también se las traen: en 1268 la absoluta oposición entre güelfos partidarios del gobierno del Papado sobre los territorios italianos, y gibelinos decididos a que el gobierno fuera potestad del Sacro Imperio Romano Germánico, había contagiado a todos los estamentos. Los cardenales reunidos en cónclave en Viterbo estaban irreconciliablemente enfrentados, afiliados a una de las dos facciones en liza. Los güelfos querían un papa que pudiera actuar controlado por el hermano menor del rey Luis IX, Carlos de Anjou, ungido rey de Sicilia por el papa Urbano IV, y un tipo con evidente capacidad para la intriga: a pesar de ser provenzano se hizo elegir senador de Roma, y fue muy activo en la política de la península, logrando ganarse a pulso el odio cerril de los partidarios del emperador. Los cardenales guibelinos se opusieron en el cónclave y durante más de un año a las pretensiones de Anjou.

Pasado ese año desde el inicio del encuentro, y hartos de sufragar los enormes gastos de manutención y hospedaje de aquella panda curil, los ciudadanos de Viterbo decidieron recluir a todos los cardenales, según parece, siguiendo la sabia recomendación del general de los franciscanos, San Buenaventura. Como ni siquiera la reclusión lograba ponerlos de acuerdo, los albañiles practicaron un agujero enorme en el tejado del palacio, para que además de estar encerrados soportaran al fresco las inclemencias del invierno. Pero ni con esas: sólo lograron forzar un entendimiento entre las dos facciones cuando los sometieron a un estricto régimen de pan y agua.

En agosto de 1271, los famélicos cardenales eligieron un comité paritario de seis miembros para negociar un acuerdo, que no lograron. Al final, por unanimidad de los hombres santos recluidos a pan y agua en palacio, se acordó nombrar pontífice a Teobaldo Visconti, un miembro de la orden seglar franciscana que andaba de cruzada en Acre, y que fue elegido papa número 184 de la Iglesia Católica. Tras viajar desde Oriente a Viterbo, Viterbo eligió como nombre el de Gregorio X. Fueron sus panegiristas quienes extendieron la leyenda popular de que, gracias al agujero en el techo, el Espíritu Santo logró entrar en palacio e iluminar a los cardenales. En realidad, lo que ocurrió es que dieron con un candidato no directamente güelfo pero capaz de entenderse con Anjou. Y es que el sobrino de Visconti, arzobispo de Aix en Provenza, era uno de los hombres de confianza del rey de Sicilia.

Acabo y paso al asunto (ya saben que me pierdo cuando se trata de contar historias): es probable que hoy no se pongan de acuerdo en la elección de la Mesa del Congreso de los Diputados, y también podría ocurrir (o no) que vayamos en dos meses a la tercera convocatoria de elecciones por bloqueo en la investidura. Y se me ocurre que quizá podríamos aprender algo de los clásicos. No digo yo de encerrarlos a todos en Las Cortes hasta que se pongan de acuerdo. Hoy hay internet, podrían pasársela entretenidos viendo series durante años, y llamar a Globo para que les llevaran pizzas o sushi o huevos fritos desde Casa Lucio.

La solución es mucho más sencilla.  Basta con dejar a Sus Señorías sin sueldo hasta que se pongan de acuerdo y cumplan con la que hoy es su principal función: nombrar a quien nos debe gobernar. No sé si saben ustedes que los diputados (y senadores) cobran desde el mismo momento en que toman posesión de sus actas. Por eso se les ve tan felices cuando juran o prometen por su conciencia y honor cumplir fielmente las obligaciones del cargo de diputado, con lealtad al Rey, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, ya sea por imperativo legal o por lo que sea.                     

Lo dicho: dos días para ponerse de acuerdo, y si no lo logran, suspensión automática de sueldo y prebendas, del presidente en funciones hasta el último de los diputados. Seguro que les iluminaba el Espíritu Santo. O a los no creyentes, la paloma de la paz.