“Los verdaderos tránsfugas en Ciudadanos son la cúpula del partido”, ha dicho De Quinto. Se refiere a una dirección que ha dado un auténtico giro copernicano a sus alianzas, sin someterlo a ningún tipo de acuerdo o consulta a las bases.
No sólo por la situación de Murcia, donde tres diputados de Ciudadanos han abierto –al decidir continuar apoyando el pacto del que forman parte- la mayor brecha posible en la unidad de su partido. Su cambio de posición –habían apoyado con su firma la moción de censura- les ha reportado ya la acusación de transfuguismo y de haber sido comprados. En realidad, siguen en los puestos que tienen, y a pesar de las acusaciones sin pruebas lanzadas desde la dirección de Ciudadanos, no parece que a ninguno lo hayan cogido aceptando sobornos. Más que una operación de tres tránsfugas aislados que quieren mantener sus canonjías, lo que se está viviendo en Ciudadanos es una crisis nacional del partido, fraccionado hasta lo impensable en dos mitades enfrentadas: la que representa la actual dirección, en la que Inés Arrimadas y el antiguo contable del partido, Carlos Cuadrado, ambos decididos a cortar con la herencia de Albert Rivera, parecen las dos figuras más implicadas en la fallida censura murciana, y la que representan los muchos seguidores de la política de Rivera, a la que –sorprendentemente- se han sumado la mayoría de los antiguos ‘pomelos’ (naranjas de corazón rojo), que se enfrentaron a Arrimadas en el último Congreso apoyando a Francisco Igea. La decisión de la dirección nacional (ahora se intenta negarla) de iniciar mociones de censura de la mano del PSOE para hacerse con el control de todas las autonomías gobernadas por el PP ha salido rematadamente mal, tras el adelanto electoral de Ayuso y el pinchazo en Murcia. Pero eso no debe hacer olvidar que lo de llegar a acuerdos con el PSOE se ensayó también en Castilla León –Igea frenó el asunto- y se tanteó a dirigentes de Ciudadanos que sostienen gobiernos del PP. En el diseño estratégico de Cuadrado, segundo de Arrimada y hoy hombre fuerte del partido, el centrismo de Ciudadanos quedaría demostrado ante los votantes llegando a acuerdos en unos sitios con la izquierda y en otros con la derecha. Igea fue muy contundente al contestarle el sábado en un largo hilo en twiter sobre esa postura que hoy parece la de la mayoría. “La posición de un partido la debe determinar su programa y el contenido de sus acuerdos. No somos de centro porque pactemos un día con unos y otro con otros…” Más contundente aún fue Marcos de Quinto, ex diputado, que en una larga carta publicada el domingo por ‘El Mundo’ –‘Hasta aquí el silencio’ se titulaba-, decía. “es un error que un líder trate de forzar un cambio de dirección tan brutal como el que Inés y su vicesecretario ex tesorero han intentado en su organización, cuando esa nueva dirección va en contra de la conciencia de los militantes…” De Quinto, que dimitió de su puesto como diputado en mayo de 2020, según declaró entonces por discrepancias con la estrategia de Arrimadas, había sido elegido como número 2 por Madrid, en la candidatura encabezada por Rivera, pero siempre mantuvo una posición independiente. En su carta-artículo del domingo, sostiene la tesis de que “los verdaderos tránsfugas en Ciudadanos son la cúpula del partido”. Una dirección que ha dado un auténtico giro copernicano a la política de alianzas defendida tras las últimas elecciones por Ciudadanos, sin someterla a ningún tipo de acuerdo o consulta por las bases.
El cambio de esa estrategia de Ciudadanos en relación con llegar a acuerdos con el PSOE, se inició en Santa Cruz de Tenerife, cuando Matilde Zambudio y Enrique Arriaga, que habían desobedecido las instrucciones recibidas desde su partido en los pactos de Santa Cruz y el Cabildo de Tenerife, fueron reincorporados a la dirección regional. Lo de Arriaga, que nunca censuró ni atacó a su partido, podía tener un pase. Lo de la concejala Zambudio resultaba inaudito: pasó de decretar la muerte de Ciudadanos y ser expulsada de su partido por tránsfuga, a ser rescatada para incorporarla a la dirección regional. A cambio, a la concejal Evelyn Alonso, que mantuvo la posición inicial de su partido, se la consideró tránsfuga y se la expulsó (sigue a espera de las cautelares) por defender la que había sido la posición inicial de Ciudadanos, contraria a un acuerdo respaldado por Podemos. En el conflicto surgido por la moción de censura contra la alcaldesa Patricia Hernández, Carlos Cuadrado persiguió a Evelyn Alonso y la sometió a todo tipo de presiones para que renunciara a su acta de concejal, esgrimiendo entre otros argumentos el de que Ciudadanos estaba en contra de presentar mociones de censura durante la pandemia. Se le olvidó aclarar que mociones de censura “contra el PSOE”, porque ya en aquellas fechas, Ciudadanos había apoyado mociones de censura contra el PP. Claro que fueron en ciudades de menor envergadura que Santa Cruz de Tenerife, con menor importancia política y simbólica, y pasaron más desapercibidas.
Con el inicio de la operación de Murcia, y las gestiones realizadas para extender esa misma operación al menos a Madrid y Castilla-León (dónde tropezaron con la oposición frontal de Igea), Cuadrado desveló su intención de modificar los acuerdos suscritos hace menos de dos años, para alcanzar un acuerdo de largo recorrido con el PSOE, fraguado en dos reuniones secretas en Moncloa. Reuniones cuyo objetivo declarado es cambiar el color del poder en algunas regiones, no resolver los graves conflictos y problemas que hoy tiene el país. Una cadena de mociones de censura que no resuelven nada: ni la escasez de vacunas, ni la ineficacia de la política social, ni la crisis económico y de empleo que nos empobrece a pasos agigantados. A todos esos problemas, el mal cálculo de Madrid añade un bloqueo político que durará meses y que provocará el daño colateral de paralizar la agenda política española. Con las elecciones en marcha en Madrid –símbolo del poder español- Sánchez centrará todos los esfuerzos de su actual mandato a hacer política partidaria, viernes sociales y gestos para la galería madrileña. En este contexto, va a ser completamente imposible que no encalle el famoso dialogo con Cataluña al que los socialistas fiaban lograr deshinchar el conflicto catalán, u ocuparse del desastre que para muchas regiones en las que repunta el virus suponen los retrasos en la vacunación, o resolver la ruidosa guerra abierta en el Gobierno con Podemos, o incluso investigar cómo diablos puede producirse una quiebra en la seguridad cibernética del país como la que ha paralizado los servicios sociales por el asalto de las redes informáticas del SEPE.
La política, entendida como confrontación, conflicto y enfrenamiento de poderes, vuelve a adueñarse de los medios, vuelve a ser la única y excluyente ocupación de los partidos, y contagia todos los aspectos de la vida cotidiana de los ciudadanos, cuando lo único que los ciudadanos esperan de verdad es que alguien resuelva las viejas preocupaciones que aquejan al común: gozar de salud, disponer de recursos, educar a los hijos, vivir en paz con los vecinos. En fin, que este no debiera ser tiempo de censuras ni elecciones.