Vuelvo de unos días sin escribir (no me fui de vacaciones) y he de reconocer que me ha costado renunciar a la cita con ustedes. Pero no hagan mucho caso de esas zarandajas clásicas que aseguran que el periodismo es una suerte de compromiso con la actualidad. Eso le ocurrirá a los informadores que trabajan en la radio y la televisión. Los pocos que aún sobrevivimos en la prensa escrita somos de otra pasta: si algo tiene de compromiso este periodismo nuestro de plumíferos y escribidores, es con los lectores, convertidos a lo largo de los años en el saco de boxeo donde descargamos la frustración y la rabia contenida que de forma irremediable nos produce la actualidad cuando se mezcla con los años. Creo que fue el Dalai Lama quien dijo que los dos días más inútiles en la vida de una persona son el de ayer y el de mañana, y probablemente sea cierto. Pero para la mayoría de los que aún transitamos por el papel como extraños animales exóticos en vías de extinción, la obsesión cotidiana es la de intentar predecir lo que nos depara el mañana tirando de las señales de ayer. Y contarlo.
Ayer leí que el presidente del Gobierno abandonó la reunión convocada por Feijóo declarando que a Feijóo lo único que le mueve en política es “salvar el pellejo”. Confieso que soy bastante resistente a la sorpresa con Sánchez, pero ayer descubrí que en los últimos tiempos ha iniciado un curioso recorrido, que consiste en atribuir a los demás sus propias intenciones. No creo que el pellejo de Feijóo corra peligro inmediato, es más, creo que la insistencia de la izquierda española y los nacionalistas en presentarlo como un cadáver amortizable es una estrategia errónea. Feijóo ha soportado estas semanas las consecuencias de una situación política absolutamente endiablada, que coloca al país al borde mismo de una legislatura extremadamente peligrosa. Y ha ofrecido un pacto al PSOE para que el país sea gobernado por fuerzas que se definen como constitucionalistas, aunque en la práctica una de ellas –el PSOE- camine desde hace años por la senda que le marcan sus aliados, primero los que querían dinamitar el régimen del 78, y ahora los que directamente quien volar el país para construir algo que en los 80 defendían sólo algún partidete marxista y los más locos grupúsculos indepes y aberzales: esa república federal plurinacional que es la actual ensoñación del PNV. El PSOE parece considerar que se trata de una aportación “legítima y constructiva” del PNV, aunque nos recuerda que no es su propuesta. Mejor no recordar demasiado: tampoco era su propuesta la amnistía que hoy parecen decididos a negociar con el fugado de Waterloo, porque sin gestos claros de que habrá amnistía, Sánchez vería peligrar su… pellejo.
La política española es hoy un juego de trileros, en el que se enfrentan dos forman de interpretar el día de ayer y pronosticar el de mañana: por un lado, quienes creen en la necesidad de preservar la igualdad entre españoles, y defender que en este país no haya sólo catalanes, vascos, gallegos, andaluces, canarios, valencianos y murcianos, sino también ciudadanos españoles. Y por otro aquellos cuya única agenda política es mantener a Sánchez –y con él ellos también- en el poder. El gran drama de la izquierda patria no han sido sus veleidades izquierdistas, su entrega a políticas centradas en las emociones y no la lógica o la razón, o su desprecio al entendimiento con quienes piensan diferente. Lo realmente irreversible ha sido asumir como propias en esas fuerzas centrífugas que han definido la historia moderna española y han encaminado siempre este país al desastre. En democracia, los excesos ideológicos se resuelven con correcciones moderadas tras los cambios de Gobierno. La izquierda corrige los excesos de la derecha, y la derecha frena los de la izquierda, en un juego constante de tensiones y acuerdos que permite caminar sin romper la convivencia. Lo que estamos viviendo ahora no es solo otra lucha cultural por la supremacía ideológica. Lo que estamos viendo es la rendición a las derechas independentistas –Junts y el PNV- de una izquierda castigada por los electores por los errores de cuatro años de preeminencia de Podemos y sus políticas. Esa es la verdad, se han rendido y entregado. El mismo Sánchez que apoyó sin fisuras la aplicación del artículo 155 de la Constitución para embridar el proceso de ruptura nacional montado por los del tres por ciento, es ahora quien considera legítimo y constructivo que sus socios del PNV se sumen de nuevo al bando de la desarticulación del Estado. Con mucha más inteligencia de la demostrada por los catalanes del procés, o por ellos mismos cuando Ibarretxe lanzó su plan.
Sánchez no dice la verdad: lo que está en juego no es el pellejo de Feijóo. Es el pellejo del país