Este que parece será finalmente anunciado hoy –y no el sábado, como se preveía- es el décimo Gobierno del sanchismo, sin contar los Gobiernos en funciones, durante tres legislaturas a lo largo de algo menos de seis años. El primero se produjo inmediatamente después de la jura ante el Rey, tras la moción de censura a Rajoy, y despertó enorme expectación, dado que suponía revelar por primera vez las cartas de Sánchez. Al final las sorpresas no fueron tantas, Sánchez nombró un gobierno con algunos independientes a la izquierda del PSOE, que tuvo que soportar algunos deslices y escándalos en los primeros cien días. Esos escándalos que hicieron dimitir al ministro de Cultura, Maxim Huertas, por haber hecho trampantojos con Hacienda, y a la de Sanidad, Carmen Montón, por irregularidades con su master universitario, que irritaron muchísimo a Sánchez. Con un par de ajustes, el Gobierno sorteó dos elecciones generales en 2019, y se renovó completamente en 2020, ya como primer gobierno de coalición de la izquierda desde la Guerra Civil, con el aliciente de ver qué papel tendría Podemos. Quedó bastante claro con el nombramiento de Pablo Iglesias e Irene Montero, pareja política de la legislatura que fue la gran comidilla, precisamente por ser la primera pareja conocida de ministros en la historia del país. Ese protagonismo muy a su pesar, quedó apenas disimulado por la destacada presencia de mujeres en funciones ministeriales.
A esos tres primeros Consejos de Ministros, entre 2018 y 2020, con un Gobierno en Funciones durante toda una legislatura fracasada, siguieron los cambios y nombramientos de 2020, y seis ajustes ministeriales más, algunos tan trascendentes como la purga del núcleo duro de Sánchez, que dejó fuera a Carmen Calvo, vicepresidenta primera y coordinadora del Consejo y al entonces secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, ministro de Fomento. La escabechina también se llevó por delante a Iván Redondo, plenipotenciario jefe del Gabinete de Sánchez y su más importante hombre de confianza, al que desde Moncloa se hizo responsable directo de los fracasos de relato del Gobierno. También fue muy notable la remodelación que provocó la dimisión de Iglesias y su sustitución como vicepresidenta y principal aliada sanchista por Yolanda Díaz. El último de esos siete Gobiernos, a lo largo de tres años y medio de la XVI Legislatura recién acabada, es el que seguramente será sustituido hoy.
Se espera que continúen seguro en el Gobierno, Félix Bolaños, ministro de Presidencia; María Jesús Montero, la segunda con mando en plaza delegado en el PSOE; y Nadia Calviño, a expensas de que sea cesada ante su posible elección el próximo 8 de diciembre para presidir el Banco Europeo de Inversiones. Se supone que también estarán Santos Cerdán, Pilar Alegría e Isabel Rodríguez, y continuarán en el entorno del presidente su gente de más confianza: el jefe de Gabinete, Óscar López; Manuel de la Rocha, que inspira las grandes líneas y decisiones económicas; Francesc Vallés, que controla hoy el relato presidencial desde la oficina de Comunicación y otros destacados fontaneros como Antonio Hernando, Paco Salazar y Diego Rubio. Se trata de gente menos conocida que los ministros, pero constituyen el núcleo real del poder monclovita: son ellos los que proponen a Sánchez las principales decisiones desde el Complejo de Semillas de Moncloa. Y el presidente les hace bastante más caso que a la mayoría de sus ministros. La estructura de mando de Sánchez no es colegiada, es unipersonal y presidencialista, y los ministros –los del PSOE de forma muy clara, el resto hasta ahora han tenido el margen de maniobra que da estar amparados por otras fuerzas políticas- suelen cumplir sin chistar con lo que Moncloa propone.
La crisis abierta en Sumar por la ruptura con Podemos –ya consumada- y por las amenazas de Más Madrid de seguir el mismo camino si se les ningunea en el Consejo, parecen preocupar hoy a Sánchez más incluso que el propio desarrollo del conflicto catalán. Probablemente se trate sólo de una impresión: porque Sánchez vive el día a día, y su forma de entender la política es la de ir resolviendo los conflictos atendiendo a las exigencias del calendario y a los equilibrios de poder que existen. Es un formato aprendido en la brega interna en el PSOE, y es el sistema que ha aplicado a lo largo de los últimos años para afianzarse, hasta ahora con éxito.
El conflicto en Sumar es muy complicado de resolver: son 16 los partidos integrados en el espacio creado artificialmente por Díaz, con siete de ellos representados en el grupo parlamentario. Contentar a todos es imposible, menos con una cuota que en el mejor de los casos repetirá los cinco puestos en el Consejo que recibió Podemos en 2020, en una situación muy distinta de la actual.
Hoy probablemente sabremos hasta donde ha podido llegar Sánchez con su encaje de bolillos.